La productividad no es garantía de salud mental. ¿Qué acerca a una actividad al terreno de la salud?
Muchas familias de personas con padecimiento mental (o incluso profesionales de la salud) denuncian angustiadas y con gran preocupación que éstas “no hacen nada”. Ante la pregunta sobre ¿Qué es aquello que no hacen? suelen responder rápidamente “escribe en su cuaderno todo el día”, “sólo toca la guitarra”, “investiga por internet cosas que no le interesan a nadie”, “no trabaja”, “no estudia”.
Esto pone de relieve que vivimos en una sociedad que sólo tiene en cuenta el hacer compulsivo y la productividad en un sentido utilitario, juzgando improductivas o insignificantes a otras actividades que, sin embargo, tienen un valor para la economía psíquica de las personas (¡y que también implican un trabajo!).
Es así que nos encontramos con ciertas actividades que se suponen útiles y saludables y que, por tanto, si están presentes en la rutina de una persona serían signos de salud. Pero ¿es la productividad garantía de salud?
Por un lado, dejemos en claro que el cumplir con el imperativo social de “no parar” no es sinónimo de estabilidad o salud psíquica. Por el otro lado, pensar en términos de salud mental, nos invita a considerar las actividades más allá de cuánta productividad impliquen o de la frecuencia con que se realicen.
Entonces ¿Qué acerca a una actividad al terreno de la salud?
Destacaremos que una de las acepciones del término “actividad” es la “capacidad de obrar o de producir un efecto”. Así, el punto central será considerar la función particular que una actividad podrá adquirir en la vida de cada sujeto y el valor de la misma estará dado por la posibilidad de producir diversos efectos: a nivel del lazo con los otros, del pensamiento, del propio cuerpo.
Entonces, debemos cuestionar la existencia de una división entre actividades útiles e inútiles. Para determinar el valor de las mismas, se tratará de pensar en qué medida una actividad pueda habilitar efectos subjetivos que motoricen el deseo de cada quien.